Nuestros fines de semana giran desde hace tiempo alrededor de los parques a los que llevamos al niño. Teniendo en cuenta que nadie quiere pasar mucho tiempo bajo techo y que va llegando el buen tiempo, hemos vuelto a los parques. Al niño le encantan y pasamos la tarde en ellos. Pero lo que no nos gusta y a él tampoco es acudir siempre al mismo parque, así que vamos cambiando aprovechando que hay muchos cerca. Y si no hasta cogemos un autobús o el coche si nos apetece ir a uno más alejado.
Para distinguir unos de otros les ponemos nombres y, de esta forma, el niño nos dice a qué parque le apetece ir. Últimamente le está cogiendo mucha afición al ‘parque de la pastelería’ porque está en frente de nuestra pastelería preferida del barrio. Y lo cierto es que a mí no me disgusta ir a ese parque, porque siempre nos llevamos algún ‘regalo’.
Y es que lo de esa pastelería es algo mágico. El sabor de la mayoría de sus dulces es único. Dicen que es por la mantequilla que usan. Por ejemplo, sus croissants son famosos en toda la ciudad. Pero es que desde hace un tiempo también venden alimentos salados, sobre todo empanadas que son riquísimas. Y hasta tienen helados artesanos. Ahora que llega el buen tiempo y apetece algo fresquito, pues un helado tampoco viene mal.
Además, tiene una terraza que han colocado al otro lado de la calle, justo al lado del parque. Con el tema del virus se ha levantado un poco la mano con las terrazas y a esta pastelería le permiten colocar sillas y mesas también al otro lado de la calle. A veces, nosotros nos sentamos en una mesa y tomamos algo mientras el niño sigue jugando. Otras veces es él el que viene y pide unos de esos croissants de mantequilla que tanto nos gustan. Así que vamos a muchos parques (el de las torres, el de la montaña, el del colegio, el de los árboles, el de los pajaritos, etc.) pero ninguno tan dulce como el de la pastelería.