Aunque siempre viví en un barrio de una ciudad marítima, para mí ir a la playa suponía salir de mi zona de influencia. Eran unos 25 minutos andando hasta la playa más cercana. Aun cogiendo el autobús, el tiempo era parecido por la cantidad de paradas. Así que nunca sentí el mar muy cerca de mi casa… aunque el sonido de las gaviotas me despertase por las mañanas.
Con el paso de los años decidí que quería dejar mi barrio de toda la vida e intentar vivir en frente de la playa: que esos 25 minutos se transformasen en 1 minuto. Y levantarse por las mañanas, no solo oyendo las gaviotas, sino también viendo el mar.
En una ciudad como la mía, no es tan prohibitivo adquirir una vivienda al lado de la playa, pero tampoco es barato… Durante meses estuve atento al mercado para ver si llegaba una oportunidad y entonces apareció un ‘coqueto’ apartamento por un precio que entraba dentro de mis posibilidades. ¿El problema? Era necesario rehabilitar vivienda.
Cuando uno no tiene experiencia en la remodelación de casas, muchas veces no es consciente del trabajo que da. Cuando visité el piso me enamoré de él en el acto. Fue entrar al salón, ver las vistas y olvidarme de la cantidad de problemas que tenía el piso. Era una vivienda de los años 60 que apenas había sido alterada… Había que cambiarlo casi todo.
Obviamente, nadie regala nada, y el precio del piso era asequible porque había que invertir una buena cantidad de dinero en rehabilitarlo. Cuando busqué un par de empresas para que me hicieran un presupuesto ya empecé a volver a poner los pies en el suelo… pero si me deprimía volvía a mirar por el ventanal del salón.
Para rehabilitar vivienda no solo hay que tener suficiente dinero, sino también suficiente paciencia. Porque una cosa es el presupuesto inicial fruto de un análisis superficial. Y otra cosa es el coste real una vez que los operarios se ponen a trabajar. En mi caso, descubrieron una serie de problemas en varias tuberías que hincharían el presupuesto final. Pero yo miraba por el ventana del salón…